El caballo se llamaba Caballo (Buttercup nunca tuvo una imaginación desbordante) y acudía a su llamada, iba a donde ella lo dirigiese, hacía todo lo que ella le mandaba. El mozo de labranza también hacía lo que ella le mandaba. Era ya un muchacho, pero había comenzado a trabajar para el padre de Buttercup al quedar huérfano a temprana edad, y ella siempre se había diridido a él del mismo modo. «Muchacho, alcánzame eso»; «Alcánzame aquello, muchacho…, date prisa, holgazán, muévete o se lo diré a mi padre».
«Como desees».
La princesa prometida, William Goldman (trad. al español de Celia Filipetto).
nota:
dicen que Stardust, de Neil Gaiman, es igual de bueno que este libro.
a mí no me gusta nada.
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