a veces la vida nos avisa con señales que no sabemos leer.
la planta de la foto tenía una gemela.
cuando él y ella las compraron medían apenas 8 cm. eran unas renacuajas melenudas que prometían dar mucha felicidad a sus dueños.
sus dueños, él y ella, llevaban 5 meses saliendo. ella creía que aquello era amor del bueno. pero del bueno bueno. él… este narrador no sabe qué creía él. y tampoco es que le importe mucho. pero fue él quien propuso comprar a las gemelas melenudas y repartirlas: tú a Boston y yo a California, versión vegetal.
las llevaron a sus respectivas casas una mañana.
ella trasplantó la suya, le buscó un macetero bonito en el que estar. la colocó en el armario de los trofeos, entre algunas de sus cosas más queridas.
él… él se olvidó la suya en el coche. en el salpicadero. a pleno sol. y allí la tuvo hasta que volvió al coche dos días después y se la encontró muertita, chamuscada, asfixiada… os hacéis una idea. la cogió y la tiró a la basura.
se lo contó a ella.
ella, entonces, debió de haber sospechado algo, pero no lo hizo. «mira que eres despistado», «menos mal que nos queda una», «a esta la veremos crecer».
una semana después, él desaparecía sin explicaciones. sin más.
ella siguió regando la planta. no esperaba que él volviese, pero ¿qué haces con un hijo cuando te separas? ¿lo metes en un coche y dejas que se asfixie a pleno sol? a veces, las cosas que quedan no son hijos, ¡menos mal!, pero también hay que hacer el esfuerzo para superarlas y vivir con ellas.
hoy la planta, dos trasplantes después, mide unos treinta centímetros y sigue sana y melenuda.
él, claro, no lo sabe, y seguramente ni se acuerda, pero ella la mima y sonríe cuando la mira porque es un símbolo de su crecimiento espiritual. una cicatriz superada. un amor reconducido. una alegría verde.
a veces la vida nos elogia con señales que sí somos capaces de leer.
1 comentario:
Pero qué bonito.
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