a veces me puede la pereza y, durante unos días, no hago yoga. extender la esterilla, buscar una práctica (a pesar de las muchas que han proliferado en estos dos últimos meses), hacer espacio en la mente… se me hace un mundo. así que no lo hago.
entonces, llega un día en el que me digo: no puedes seguir así, te vas a quedar hecha un cuatro, vas a ser una estatua como Edith. me da un arranque a cualquier hora, extiendo la esterilla, me pongo con toda la pereza del universo y, a los diez minutos, mi cuerpo comienza a recordarme que el yoga no es solo ejercicio y movimiento, que es su forma de conectarse con la mente y que, igual si hubiese practicado, la última semana no habría sido tan horrible y costosa como ha sido. y quiero llamarme tonta, pero mi mente, conectada con mi cuerpo, me recuerda que uno está donde tiene que estar, que no tiene sentido mirar atrás, que eso también convierte en estatua de sal, que el único momento que importa es el presente y que ni siquiera merece la pena que me prometa que es la última vez que abandono la práctica.
estirarse, conectarse, perdonarse y, quizá, algún día aprender.
eso es a lo que aspiro.
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