La mujer-orquídea subió al coche tan temprano que aún se vislumbraban algunas estrellas. El nubarrón del hastío se cernía sobre ella. Arrancó el motor y la radio se encendió automáticamente.
Cuando tomaba la autopista, el locutor dio paso al cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. El camino hasta el trabajo era largo y tedioso. La mujer-orquídea hizo el esfuerzo de dejar a un lado sus problemas y se dedicó únicamente a escuchar la música, dejándose sobresaltar por la percusión y mecer por las cuerdas, que muy pronto le susurraron la célebre melodía.
La Oda a la Alegría inundó el universo. Imaginó a Beethoven, ese hombre con infinita música dentro de sí, a tres años de su muerte, aislado del mundo que iría a despedirle a miles a su entierro.
Freude, schoener Goetterfunken… Alegría, bella chispa divina.
Añorando a su Amada Inmortal, pero escribiendo sobre la Alegría.
Deine Zauber binden wieder, was die Mode streng geteilt… Tu hechizo ata los lazos que la rígida moda rompiera.
Solo en un mundo de silencio, en el que las almas se miran, no hablan, pero confiado.
Alle Menschen werden Brueder, Wo dein sanfter Fluegel weilt… Todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.
La mujer-orquídea paladeó los versos como una oración, respiró el perfume de los acordes (Freude! Freude!), se dejó acariciar el rostro por el sol naciente y floreció.
gracias a Isabel, de Paraenmusicarte, por el imprescindible de hoy.
y por la música.
y por la música.
(imagen).
Gracias a ti, más.
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